Mucho antes del devastador terremoto Haití ya estaba sumido en la más absoluta de las pobrezas, la miseria y el hambre. El país más pobre de América Latina y el número 146 (sobre 159) del mundo, según el IDH (Índice de Desarrollo Humano de la ONU), agoniza desde antes que la naturaleza se ensañara aún más con él. La historia de Haití es la historia de los negros esclavos, de las plantaciones de caña de azúcar, y de la corrupción política y autoritaria de los Duvalier, Aristide y Trujillo.
Hay réplicas que los sismógrafos no registran: la indiferencia Hoy Haití está de moda. Pero, las modas pasan y quedan las personas y los muchos otros Haitís… La comunidad internacional tiene la obligación moral de cuidar a los vivos. Cuidar a los vivos significa: condonar la deuda externa, por razones humanitarias, de un país que agoniza; significa que la inmensa fortuna que Baby Doc Duvalier se llevó de su isla y hoy está en Suiza pase definitivamente a su pueblo; significa administrar la ayuda internacional que arriba a Haití para que llegue a las personas; significa brindar servicios sanitarios que ayuden a preservar la salud del sida y la malaria; significa también garantizarles una mínima habitabilidad. Cuidar a los vivos significa por sobre todas las cosas: pensar en la gente a largo plazo y de manera sostenible.
Hay réplicas que los sismógrafos no registran: la indiferencia. Hay muchos Haitís desparramados a lo largo y ancho de nuestra casa, la Tierra, donde siempre los más pobres son los más vulnerables, y los que más sufren. Siempre queda la esperanza, pero en estos momentos se escapa un suspiro: ¡Ay de ti!, Haití. Y de los otros Haitís…
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